Para la mujer en vísperas de casamiento, la moda actual se convierte en un sin fin de opciones, inspiradas en más de 100 años de historia:

“Un siglo de Moda Nupcial:1860-1960” refleja el espíritu de una época, la historia de la moda y el ideal de mujer de 1860 a 1960. Esta exposición,  que se exhibe dentro de la “Semana Novia España” de Barcelona (España), uno de los salones de moda más importantes de Europa, incluye una selección de vestidos y de complementos, desde el pañuelo con las iniciales bordadas a unos accesorios tan ceremoniales como los abanicos, representativos de cada una de las décadas comprendidas entre los años 1860 y 1960. 

La muestra ilustra la estrecha relación entre los vestidos de novia y el mundo de la moda, pues las tendencias de cada época determinan, a su vez, el tipo de formas, cortes y materiales de los trajes. 

En ella se ve que con el paso del tiempo, la mujer expresa más libremente su feminidad y los vestidos terminan por convertirse en la creación individual de cada novia. Contra todo pronóstico, tanta diversidad no acaba con la tradición sino que la reinventa. Y, después de un siglo de cambios, el vestido blanco, creación única para un único día, continua siendo el más solicitado por la mayoría de las jóvenes casaderas.

Diseño diferene para cada década
En “Un Siglo de Moda Nupcial” se exhibe cada vestido bajo un nombre que define el estilo de la moda nupcial de cada década. Si comparamos el vestido más antiguo expuesto, que data de 1860, con el más próximo a nuestros días, de 1960, se observa una evolución realmente sorprendente: de la suntuosidad del siglo XIX se pasa a la simplicidad del siglo XX. Así, pues, de los vestidos expuestos se pueden hacer interpretaciones varias en consonancia con el contexto histórico y social en el que fueron diseñados.

La boda de la Reina Victoria de Inglaterra en 1840 marcó una ruptura con la tradición, ya que hasta entonces predominaban los tejidos nobles (brocados, terciopelos) en tonos rojos y plata. A partir de esta época, el vestido de novia siguió las tendencias del vestido elegante, aunque lo que diferenciaba el vestido de novia de este último no era tanto el corte como el uso de lujosos tejidos, como el damasco y el satén, y de preciosos encajes en su elaboración.

Hacia 1850 se extendió el uso de la crinolina y de la enagua de aros, que daba a la mujer una apariencia de triángulo de base ancha. A mediados de 1860, la crinolina empezó a desplazarse hacia la parte trasera de la falda.

En la década de 1870, bajo la influencia del diseñador Worth, el vestido de novia se inspira en el traje de baile característico del siglo XVIII. El refinamiento y la distinción caracterizaban estas prendas.

En el día de su boda, las jóvenes con posibles lucían dos versiones del mismo vestido: uno más recatado con manga larga y cola para la ceremonia, y otro con un corsé más escotado y sin cola para la noche.

Asimismo, en esta década, la falda empezó a crecer por detrás, y se solía llevar recogida en la parte posterior para darle una forma exagerada. Los velos, elaborados a mano, se llevaban largos, prendidos en la parte baja de la cabeza con flores de naranjo. Cuando la ceremonia había terminado, el velo se retiraba hacia atrás.

En 1880 triunfa el ideal de mujer ornamentada: el vestido se pega al cuerpo, las faldas adquieren volumen en su parte posterior y los adornos y los lazos se multiplican. El vestido no tiene costura horizontal en la cintura, sino que utiliza pinzas verticales para ajustarse a ésta, realzando de así el busto y las caderas de la novia. 

Sin embargo, en 1890, la moral Victoriana recrea la mujer modesta, piadosa y sumisa. El vestido de novia se hace eco de esta moral y representa la aceptación integral de estos valores. 

Son vestidos de manga alta y cuello alto, recatados. Incluso las manos de la novia deben quedar cubiertas en público. La línea de la falda parece un embudo, dibujando una figura esbelta con un bajo acampanado. El velo pasa a ser obligatorio y se lleva prendido sobre complicados peinados. Los ramos, cada vez más voluminosos, son recogidos con mucho decoro.

De la modernista al orientalismo

La "Belle Époque" es una época de ostentación y extravagancia. La forma de los vestidos de novia de esta época busca realzar el busto y abultar la parte posterior de la falda. Además, el vestido de novia traza un cuerpo en forma de “S” gracias a unos ajustados corsés. Así pues, del atuendo artificioso del siglo anterior se pasa a una expresión del cuerpo femenino tal y como es en realidad.

En 1910 comienza la década del orientalismo y de los nuevos tiempos. Se desea romper con las líneas rígidas de la época Victoriana, no sólo en las voluptuosas formas de los vestidos sino también en los tejidos, que se vuelven más ligeros, vaporosos y sugerentes, como el “plumetti” o el tul bordado.

El diseñador francés Poiret introdujo un estilo propio fusionando el vestido de talle alto con el orientalismo del vestuario de los ballets rusos, que hacían furor en esas épocas en París. Asimismo, Poiret fue pionero en proponer un vestido de novia que prescindía del corsé.

De la innovadora a la sirena

La mujer de los años veinte es una mujer moderna, chic, cosmopolita. Recordemos el look coqueto y desenfadado que instituye Coco Chanel cuando lanzó la primera novia con falda corta, aunque sin renunciar por ello a la tradición del velo y la cola.

En el marco de los happy twenties se impone el estilo a lo "garçonne”, que rechaza cualquier realce del busto o de la cintura. Sin embargo, la extrema simplicidad del vestido contrasta con los abundantes adornos (perlas, encajes de plata, pedrerías) que, de hecho, no son más que un intento de romper con la sobriedad de épocas anteriores. El velo sobrevive en los años veinte, incluso se alarga, hasta el punto de instaurarse la siguiente regla: “cuanto más corto el vestido, más largo el velo”.

Los vestidos de novia de los treinta, por otra parte, están marcados por los sofisticados trajes de noche de las actrices norteamericanas, con referentes como Marlene Dietrich y Greta Garbo.

Frente a la novia ornamentada e historiada, triunfa la “novia sirena”, de trazos depurados y sin grandes abalorios. El predominio de la línea se hace patente también en los complementos: el velo, que hasta entonces había sido una pieza añadida, se integra en la silueta de la novia. Se imponen los velos de tul de seda muy elegantes y vaporosos, con poco encaje, y que caen lánguidamente sobre la novia.

En la década de los cuarenta, retorna el glamour. En un mundo sumido en la post-guerra, el cine americano propone un look glamouroso en el que prevalece el artificio y el lujo. Triunfan los vestidos de Rita Hayworth o Verónica Lake. La exageración pasa de los hombros a las mangas y vuelven las faldas anchas. En consonancia con el espíritu escapista de la época, la pureza del satén se impone como materia reina.  


La recesión económica de la época conlleva que pocas novias puedan acceder a un vestido especial para el día de su boda, así que muchas novias optan por casarse en traje de calle o por alquilarlo. Aun así, las familias adineradas podían permitirse el lujo de un vestido de satén.

Y del glamour de los treinta pasamos a la elegancia de los cuarenta. Christian Dior recrea una mujer muy femenina, de formas rotundas, cintura estrecha y falda acampanada. La industria de la moda incita a las mujeres a reutilizar su traje como vestido de verano o cocktail y se opta por materiales como la organza o el “plumetti” para los vestidos y el nylon para los velos. Ejemplo de este nuevo look es el vestido de novia de Grace Kelly de 1956.

La libertad de formas

La moda nupcial de los años sesenta supone el “revival” del vestido histórico. Balenciaga y Pertegaz expresan la pureza virginal de la novia en vestidos de líneas depuradas y libres de ornamentación, que permiten centrar la mirada en la arquitectura del vestido.

Frente al traje de los cincuenta, con grandes faldas, triunfa de nuevo el vestido de novia de corte perfecto e inspiración clásica. Los velos son más bien cortos, compuestos de varias capas de poliéster.

En la exposición encontramos un magnífico vestido de Pertegaz de 1963, una pieza que denota la elegancia en la simplicidad de las formas.

“1860-1960: Un Siglo de Moda Nupcial” explica cómo la moda nupcial ha evolucionado al ritmo de la historia: de la suntuosidad se ha pasado a la simplicidad, al look natural, naïf, exento de la opresión causada por los corsés y de la ornamentación barroca.

La elegancia, pues, no está tanto en el lujo del vestido sino en la calidad de los tejidos y en el corte que diseña el modisto.

Fuente: Univisión.com